Artículo por Rodrigo Pozo
En los últimos meses hemos visto titulares que llaman la atención:
- Barcelona vuelve a llenarse de pintadas con el famoso “Tourists go home” y manifestantes ahuyentan a turistas con pistolas de agua.
- En Ciudad de México, vecinos han salido a protestar contra la gentrificación que atribuyen en parte a la llegada de turistas y nómadas digitales.
Este tipo de manifestaciones reflejan un fenómeno cada vez más común: la tensión entre residentes y turistas en ciudades que reciben grandes flujos de visitantes. Pero conviene detenerse y hacer una reflexión importante: el problema no son los turistas.
El sistema detrás de la saturación turística
Los viajeros —sean mochileros, familias de vacaciones o nómadas digitales— rara vez tienen la intención de perjudicar a la ciudad que visitan. Al contrario, la mayoría busca disfrutar de su cultura, su gastronomía y su vida cotidiana con respeto.
El verdadero origen del problema está en un sistema económico y político que:
- Promueve un modelo de crecimiento ilimitado, midiendo el éxito en número de llegadas en lugar de en la calidad de la experiencia o el bienestar de la comunidad local.
- Permite que los beneficios del turismo se concentren en unos pocos actores (grandes cadenas hoteleras, plataformas globales de alquiler turístico, turoperadores internacionales) mientras que los costes recaen sobre muchos:
- Residentes, que sufren encarecimiento de la vivienda, saturación del espacio público y pérdida de identidad cultural.
- Trabajadores/as, que soportan condiciones precarias pese a que la industria genera ingresos récord.
- Los propios turistas, que acaban viviendo experiencias menos auténticas y más masificadas.
La paradoja del consumidor: ¿elección real o ilusión de elección?
Con frecuencia se responsabiliza al turista individual: “elige mejor dónde viajas, evita plataformas de alquiler masivo, busca experiencias locales…”. Y aunque estas decisiones son valiosas, no podemos olvidar una paradoja fundamental:
Si todas las opciones que se nos ofrecieran fueran sostenibles y beneficiosas, entonces la elección del consumidor no sería un dilema.
El problema no está en elegir entre un hotel local o una gran plataforma, sino en que el sistema permite y normaliza opciones que son perjudiciales para las comunidades. Así, la carga ética se traslada injustamente al viajero individual, cuando en realidad deberían ser las políticas públicas, la regulación urbana y el diseño del mercado turístico quienes garanticen que cada opción disponible sea positiva.
Foto de Tommy Kwak en Unsplash
Hacia un modelo turístico más justo y sostenible
Las protestas de Barcelona o Ciudad de México no deberían leerse como un rechazo al visitante, sino como un llamado de atención al sistema que gestiona la actividad turística.
Para transformar esta realidad, hacen falta:
- Políticas públicas firmes que regulen el alojamiento turístico, el uso del espacio urbano y la protección de los residentes.
- Modelos de gobernanza participativa, donde comunidades locales, sector privado y administración trabajen juntos.
- Empresas responsables, que busquen un equilibrio entre rentabilidad, bienestar comunitario y conservación del entorno.
Solo así podremos resolver esta paradoja y avanzar hacia un turismo donde nadie tenga que salir a la calle con pancartas, porque el sistema ya garantiza que los beneficios se distribuyan de manera equitativa.
El rechazo al turismo no es un rechazo a los turistas, sino a un modelo económico desigual que privilegia a unos pocos a costa de muchos. Cambiarlo es una responsabilidad compartida, pero sobre todo requiere reglas del juego distintas.